viernes, 16 de mayo de 2008

Cochero, pare!

Hubo una época, hace bastante tiempo de eso, en que los ricos burgueses de la antigua Europa engalanaban sus caballos con el objetivo de llamar la atención y demostrar su alto rango económico al resto de la sociedad. Fue en ese momento cuando las elegantes riendas y los conductores uniformados estuvieron de moda; durante esos años además, los corceles solamente transportaban no más de cuatro personas.
Realidad muy diferente vivimos hoy. En lugar de los atuendos extravagantes encontramos la sencilla soguita que utiliza el muchas veces desaliñado cochero, para poner orden a los pasos de la bestia sobre las calles de las ciudades cubanas.
El número de personas transportadas ha variado también, ¡y de qué manera! Lo que una vez, hace bastante tiempo, reitero, fue cuatro, ahora es ocho. Válido aclarar que esa cifra está sujeta a cambios en dependencia del día de la semana y el horario en que se preste el servicio. Por ejemplo, un cochero que el lunes a las ocho de la mañana transporta la cantidad de pasajeros establecida, podría el viernes a las nueve de la noche, hora en que todos estamos desesperados por llegar a la casa, recoger hasta cuatro personas por encima de lo reglamentado o simplemente “ajustar” a su manera el costo del pasaje. Pero mi objetivo no es “echarle tierra” a los cocheros. (ya bastante tienen con los inspectores.)
Muy cierto es que este rudimentario medio de transporte contribuye al alivio de la necesidad de trasladarnos de un lugar a otro, pues a diferencia de las escasas guaguas de Santa Clara, puede dejarnos en la esquina que deseemos, no requiere de un horario para prestar servicios, ni depende de combustible o luces, causantes muchas veces del fallo de alguna ruta.
“Parque, Ferrocarril, Terminal de ómnibus, Sakenaf...!” son los pregones que más escucho, debido a mi ubicación geográfica: zona cercana al Hospital Materno “Mariana Grajales”. Sin embargo, otros como Sandino, Reparto América Latina, Subplanta, Carretera a Sagua, Carretera a Camajuaní, El Gigante, así como los diversos puntos de recogida que rodean a la ciudad de Marta Abreus y del Che, son cubiertos por los andantes animales. Probablemente se me quede algún sitio, la realidad es que desde cualquier lugar de Santa Clara podemos tomar un coche que nos lleve a nuestro destino, algunas veces pagando el módico precio de uno o dos pesos, o, en casos excepcionales, abonar desde diez pesos hasta cuarenta o más.
Viajar apretados, con las rodillas entre las piernas de la persona que tenemos sentada en frente, subir el pie más alto de lo común para “montar” y ocupar un puesto en la tablita estrecha del carretón, observar con naturalidad mientras el sudoroso caballo defeca ante nuestros ojos, son las más frecuentes (y en algunos casos risibles) de las vivencias encontradas por cualquier persona que se valga de dos o más coches para llegar a los diversos puntos de la ciudad.
Aún así, estas peripecias que a diario acontecen, ameritan alguna que otra fotografía tomada por los turistas extranjeros, quienes, debido a la poca costumbre de estos casos en sus países, se quedan asombrados ante el uso útil de los caballos en Cuba.
Como toda rosa tiene espinas. si de quejas hablamos, aparecerían miles. Los cocheros protestan unas veces por la insistencia de cubrir rutas determinadas por el inspector, o por las tantas ocasiones que gracias a estos “guardianes” pierden la posibilidad de un alquiler; otras, por la existencia de la regla que estipula la estancia en la parada de solamente tres coches que estén cargando.
Por su parte la población no concuerda con ciertas paradas establecidas, debido a la pestilencia destilada por los líquidos corporales de las bestias, la cual permanece constantemente en estos lugares, entre ellas podemos citar a la ubicada en la calle San Miguel, donde van las personas que viajan del parque hacia la zona hospitalaria.
Otra discordante para la población resulta el empleo de fuertes golpes propiciados por los cocheros al animal ante la subida de una loma, como la de la calle 4ta del reparto Vigía correspondiente a la ruta Hospital Nuevo- Sandino, o la que se impone entre las calles San Pablo y Berenguer, de la ruta Ferrocarril- Hospital Materno.
Es aquí cuando me viene a la mente el ocurrente graffitis escrito en una de las paredes del centro cultural El Mejunje: “El carretón no es más que un coche tirado por dos animales, uno que conduce la carga y otro que cobra el pasaje”.
Es por ello que muchas personas temen de recurrir a este ¿arcaico? medio de transporte para trasladarse dentro de la ciudad. Anécdotas tengo muchísimas. Desde los peligrosos accidentes ocasionados por un caballo desbocado, o por los que, cansados de andar, deciden paralizar el tránsito al estacionarse transversalmente en el medio de las calles a la hora que muchos se dirigen del trabajo hacia la casa.
Una realidad se impone: los coches continuarán, espero que por mucho tiempo o al menos hasta que los ómnibus urbanos logren satisfacer las necesidades de la población.
Como humildes pasajeros debemos continuar soportando el humo del cigarro de los cocheros, los tragos de más que suelen traer en algunas ocasiones y las interminables colas a punto de mediodía.
Felices somos cuando finalmente nos corresponde el turno de subir al coche, que no tiene semejanza alguna con el usado por los ricos burgueses de hace bastante tiempo; pero más nos regocijamos cuando apenas faltan unos metros para, después de haber pasado e buen susto del cruce de la Carretera central, o del bicicletero que se interpuso al caballo, podamos decir tranquilamente: “Cochero, pare! “